Historia

Un encuentro inesperado, así describo mi relación con la joyería.En febrero del 2014 cuando cursaba sexto semestre de Diseño de vestuario en la UPB, me encontré con el módulo de joyería sin planearlo. 

En ese proceso tuve como profesoras dos joyeras maravillosas Paula Estrada y Lina Alvarez. Mi proyecto de ese semestre, como muchos durante mi carrera, hablaron de Boyacá esa tierra que me vio nacer y a la que pertenezco de cuerpo y alma. Trabajé con cerámica y metal  aplicados en piezas de joyería una alusión a la cultura Muisca perteneciente de la zona Cundiboyacense. 

En ese semestre empezó mi amor e interés por todo lo que las manos suaves y delicadas podían llegar a plasmar en el metal, se me pasaban las horas en el taller junto a Don Lucho el encargado del orden y prestamos de herramientas en el taller de joyería de la Universidad, fue un tiempo para encontrar mi pasión.

   

  Hablar de mi marca es hablar de mis raíces. Boyacá ha sido mi inspiración, crecí en una tierra de hermosos paisajes, el contacto con la naturaleza ha sido permanente. Mi proceso creativo empieza observando todos los detalles mágicos que encontramos en la naturaleza, una observación que me transporta a mi infancia cuando pasaba horas viendo como los arboles de eucalipto, de la casa de mi Tío Edilberto, se movían de lado a lado con el ritmo del viento, un recuerdo cuando recogíamos frutas entre el campo, captaba mi  atención como las uchuvas tenían una cascara con textura especial que las protegían.   

 

Mis manos son las encargadas de dejar huellas imperfectas en cada serie. Una serie nace observando la naturaleza, sus procesos, formas, texturas y mensajes que se convierten en una conexión real para materializar en joyas. Busco intencionalmente que en las piezas se refleje una historia de imperfección y lo valioso que son los errores en el proceso creativo, y en la vida misma.